Y SIN EMBARGO… TODO CAMBIA.

La educación, es el territorio donde todo el aprendizaje sucede y bajo esta premisa conceptual debemos estar claros que estos procesos no se supeditan exclusivamente a la escuela (Eulam, 2013); y quizá tampoco a nuestra especie; pero esa es otra historia.

En este contexto, cabe preguntarnos en primer término ¿cuál es el origen de la educación? y particularmente ¿cuales son sus límites? ya que sabemos que no se encuentran en el aula o en un espacio rodeado de muros y barreras físicas.

Si la educación no sólo se da en los centros educativos sino en toda la experiencia colectiva de los individuos, debemos pues hablar que sucede en un territorio “social” (complementando a Eulam, 2013). En un espacio en dónde tienen lugar diversos modos de interacción entre individuos; modos, que vale resaltar, se han moldeado a través de miles de años de evolución.

Nos educamos, sí, en la escuela, sí, en la casa; pero también en el parque, en el cine, en la calle y en un sinnúmero de lugares, todos ellos enmarcados en una dimensión social. Así pues, podemos deducir que el límite de la educación bajo esta perspectiva, es la sociedad misma, y con ello respondemos la primer pregunta.

Contemplamos que la educación, como concepto y suceso plenamente relacionado con nuestra especie, que incluye los diversos procesos de aprendizaje a los que se enfrentan los individuos en un terreno social, no pudo tener un origen distinto que aquel aparejado al nacimiento de nuestra condición humana; relacionada desde la raíz indisolublemente con el surgimiento de la cultura y muy posiblemente como producto de ella. Con esto respondemos la segunda pregunta, el origen de la educación es el hombre mismo.

Bajo esta consideración la educación es más antigua de lo que usualmente creemos y se remonta obviamente a las primeras etapas de la humanidad; o acaso, ¿podremos aventurarnos a afirmar que los primeros humanos que vivían en África, desde hace por lo menos 30,000 años (Binford, 1988), no aprendían?

Lo que efectivamente es más reciente, es la institucionalización de la educación, los modelos educativos estatales, que son intentos organizados para producir educación – aprendizaje, y mediante los cuales el Estado enajena en la mayor medida posible los procesos de aprendizaje para su beneficio.

Los modelos educativos a diferencia de la educación en general sí se supeditan al aula y a la institución, aunque definan alcances teóricos y prácticos más allá de ella.

Estos modelos educativos se han ido transformando con mayor trascendencia a lo largo de los últimos tres siglos, en general al mismo tiempo en que cambiaban las condiciones políticas y sociales de los pueblos. Estos modelos ocupan la segunda parte de nuestra reflexión.

Sabemos que una de las bases del modelo educativo actual en México es la llamada educación prusiana, que surgió a la par de un tipo de gobierno conocido históricamente como despotismo ilustrado (Eulam, 2013). Aquel modelo educativo originario planteaba la formación de ciudadanos disciplinados, serviles y nacionalistas, a través de un sistema de premio – castigo; que estuvieran prestos para enfrentar a través de la guerra los conflictos que surgieran del panorama mundial. Esta concepción, magníficamente ejemplificada en la película de “Los coristas” (2004) (acción-reacción) bien puede ser el comienzo de la institucionalización de la educación pública, al servicio de los intereses del Estado.

Dado que en la actualidad, la educación y con ella los modelos educativos de los Estados son fuertes expresiones institucionales, resulta imposible hablar objetivamente de educación y lo que conlleva, sin tomar en cuenta la parte política y económica de las naciones (Acemoglu, 2012).

Vivimos en el siglo XXI, en un mundo globalizado y con tendencias fuertemente capitalistas, colonialistas y de libre mercado; gobernado por élites políticas que se benefician del status quo económico y social (op. cit).

La globalización y el rápido flujo de información han propiciado que hoy en día se haya desarrollado una importante parte de la población, con condiciones intelectuales destacadas, que se ha encargado de señalar las fallas e injusticias del sistema, y ha enfrentado y colocado presión en aquellas élites de las que hablamos, a través del conocimiento (op. cit). Esto ha abierto una herida, sin duda. Se abre la posibilidad de un cambio social y con ello de una transformación de la educación institucional en la sociedad. Infortunadamente aun esa posibilidad es de difícil concreción por lo siguiente.

Irónicamente, la respuesta de las élites ante estos señalamientos, ha sido abanderar dicho impulso de cambio, vendiendo algo así como un “medio cambio” con la condición implícita de que las cosas continúen en mayor medida en igualdad de condiciones. Es un cambio superficial, no de raíz; enfocado en la formación docente, que si bien es trascendental obviamente no es el único elemento en la ecuación educativa. Para que cambie la educación inevitablemente tendrá que cambiar la base social, institucional y económica de la sociedad.

Es evidente que existe un conflicto de intereses estructurales e institucionales insalvable en esta empresa que hoy el gobierno acepta como necesaria, tratando de conducirla para minimizar los daños.

Es un conflicto bipolar en el que se enfrentan por una parte la necesidad gubernamental inherente del Estado de reproducir la explotación (Murueta, 1995) y del continuum del estado de las cosas; y por otra la necesidad social surgida de la base, de mejores condiciones sociales y de mejores instituciones, más inclusivas (Acemoglu, 2012).

En la actualidad vemos como cobran cada vez más fuerza conceptos y propuestas como la “formación integral”, la “escuela nueva”, la “pedagogía activa” y la “educación emocional” (como se ejemplifica en materiales como el cortometraje “Monsterbox”, que puede ser visto en la plataforma YouTube), entre otros; que vienen a proponer nuevos paradigmas de la educación pero que sin embargo, y esto es importante, no son productos originados de los Estados y las instituciones sino que surgen en respuesta a ellos. Esto los coloca en una desventaja tajante frente a la praxis del modelo tradicional.

La historia nos enseña que los cambios estructurales nunca se han dado de forma orgánica y natural sino sólo a través de grandes movimientos revolucionarios y convulsiones sociales profundas (Acemoglu, 2012), lo demás son pretensiones de cambio, infortunadamente.

No existe registro conocido en la historia, de que una clase que ostenta la parte superior de la pirámide social haya entregado el poder o los beneficios que conlleva de forma autónoma, pacífica y concientizada; y en este caso, educar a la población de forma crítica, democrática, autónoma y responsable, seguramente sería un suicidio de élite y de clase, o al menos un balazo al propio pie del sistema, lo cual de forma inexorable pinta un panorama no muy alentador para nuestra actualidad y nuestro futuro inmediato.

Aunque sin embargo, la historia también nos ha mostrado que, tarde o temprano, todo cambia.

Raúl Eduardo Rodríguez Márquez – Lic. en Antropología 

28 de Abril de 2017

Zacatecas, Zac.

 

 

Bibliografía

ACEMOGLU, D. & ROBINSON, H. (2012). Por qué fracasan los países, Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Barcelona, España.: Crítica.

BINFORD, L. (1988). En busca del pasado. Barcelona, España: Crítica.

EULAM producciones. (2013). La educación prohibida. 16 de Febrero de 2017, de REEVO, Sitio web: http://www.youtube.com/watch?v=ppA2JYnTmkl

MURUETA, M. (1995). Psicología y Praxis Educativa. México D.F.: AMAPSI.

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