El paraíso de Dark

La serie alemana Dark, exclusiva de la plataforma Netflix, ha generado mucho impacto durante las últimas semanas. Recién acabo de ver la temporada final y me ha parecido extraordinaria por varios motivos que quisiera compartir con ustedes. En lo personal, creo que el gran éxito de esta historia no se explica únicamente considerando la calidad de los actores, los magníficos efectos visuales o la genial utilización dramática de algunas de las teorías científicas de mayor actualidad. Se explica también en función de la diversidad y profundidad filosófica de su trama.

Además de los viajes en el tiempo, los agujeros negros y los universos paralelos, la narrativa de la serie integra dilemas e ideas que se pueden identificar claramente en figuras como Freud, Nietzsche y Heidegger; entre otros. Cuestiones como las pulsiones de vida y muerte, la libertad o la voluntad genuina, el eterno retorno y el reconocimiento de la muerte como ancla de la vida, impregnan la estructura de Dark.

En la tercera temporada de la serie, uno cae en la cuenta de que (alerta de spoilers) se han ido configurando básicamente dos equipos, cada uno de ellos con intereses contradictorios. Adán lidera el primero, que tiene el objetivo de “deshacer el nudo”, es decir, de terminar con el ciclo del eterno retorno en el que se encuentran atrapados los personajes (debido a un acto egoísta pero muy humano, cometido por “el relojero”, quien inventa los viajes en el tiempo para traer de vuelta a su familia muerta). Eva lidera el otro equipo, que tiene la intención de perpetuar el ciclo y de que la historia se repita una y otra vez ad infinitum. La batalla es del fin contra la eterna continuidad.

Ahora bien, desde mi punto de vista, independientemente de las connotaciones bíblicas, Adán y Eva, pueden ser interpretados fácilmente como representaciones simbólicas de los instintos de vida y muerte que, según Freud, conviven y luchan en cada uno de nosotros durante nuestra existencia (véase la Teoría de las pulsiones de este autor).

Adán, representa el instinto o pulsión de muerte, lo que se puede entrever en su objetivo pero también en su estado de hartazgo o cansancio que remite a diversas reflexiones que tienen que ver, entre otras cosas, con el sentido de la vida; como las del filósofo Martin Heidegger, quien planteaba que sin la perspectiva de muerte, la vida se volvía necesariamente “inauténtica”, con poco o nulo sentido. Y bien, aunque de hecho la muerte no falta en los universos de los Adanes y Evas, lo cierto es que en estos no es final porque los personajes siempre están vivos en una u otra versión. Esa existencia “inauténtica”, cíclica, sin muerte real, sin voluntad real y sin libertad, que Adán logra percibir y comprender en su propia experiencia, es justamente lo que lo empuja a intentar finalizar el ciclo y en consecuencia, a buscar la muerte final para todos. No obstante, esto no le resulta una tarea fácil porque Eva, que representa el instinto de vida y de permanencia, y también es su alma gemela (otra metáfora de que vida y muerte están entrelazadas), le hace frente y lucha constantemente contra él, contra el impulso de muerte, prefiriendo una y otra vez la existencia inauténtica en vez de la llana inexistencia; de la nada.

Finalmente, aunque Eva logra mantener el ciclo durante un tiempo a través de la resistencia y la lucha, es decir, logra mantener la vida mediante la batalla (Jung definía a la vida exactamente como un campo de batalla), la victoria irremediablemente es de Adán, es decir, de la muerte, como sucede una y otra vez en la vida y en la naturaleza. Como sucederá con todos y cada uno de nosotros.

Vivimos durante un tiempo e inevitablemente después de este, nos guste o no, morimos. Pero, ese desenlace ¿es malo? El argumento de la serie es que no lo es. En la escena final, Hanna, un personaje secundario, tiene un déjà vu y revela lo que sintió al morir en uno de los varios apocalipsis. Dice: de algún modo, el mundo se había terminado. Solo había oscuridad y nunca más volvió la luz. Tuve la extraña sensación de que eso era bueno. Que todo había terminado. Como si estuviera libre de toda carga. Sin deseos. Sin obligaciones. Una oscuridad infinita. Sin ayer. Sin hoy. Sin mañana. Nada… No es de extrañar que el título del capítulo final sea: Paraíso, porque precisamente esta visión de Hanna es la definición de este (en términos de los creadores). El paraíso de Dark es pues la muerte, la oscuridad infinita, la nada.