
Durante el último cuarto de siglo, la distancia (teórica) entre cultura y naturaleza se ha venido reduciendo considerablemente. Diversos estudios, realizados con base en la observación y el análisis de las conductas de nuestros parientes primates, han ido tambaleando desde los cimientos la idea de la exclusividad humana de la cultura (cuando se la define como mecanismo de transmisión de información por vías no genéticas y como medio de aprendizaje y adaptación a la vida social). Uno de estos estudios, quizá el más famoso, es el del “lavado de patatas” de los macacos de la isla de Koshima en Japón.
En los años cincuentas, investigadores japoneses observaron por casualidad el surgimiento de lo que se convertiría en una especie de “tradición cultural animal” o proto tradición. Se percataron de que una hembra de macaco, a la que bautizaron como Imo, descubrió la conveniencia de lavar patatas a la orilla del mar, antes de comerlas. Originalmente, los macacos solo las limpiaban o sacudían con las manos, lo que hacía inevitable que tragaran algunos pedazos de tierra y se maltrataran los dientes.
Pudiera parecernos a primera vista un tanto obvia la acción y transmisión del lavado de patatas, pero no lo es. Por una parte, la capacidad de imitación no es cualquier cosa en el mundo animal, es una de la proezas cognitivas más elevadas que existen. No todos los animales tienen la capacidad de imitar al prójimo, pero es un hecho que cuando la desarrollan cumple un papel fundamental para la supervivencia.
Por la otra, el aprendizaje social, particularmente de los primates, tiene su origen en la necesidad de amoldarse a la conducta de los que les rodean y eso mismo hace muy difícil que una eventualidad de este tipo, por conveniente que sea, se abra camino en el fuerte y casi inamovible entramado de hábitos enquistados. Es bien sabido, a raíz de variados estudios etológicos, que en los ambientes sociales las conductas de la mayoría se vuelven con el tiempo “casi leyes”, con poca consideración de la efectividad o conveniencia real de estas.
Volviendo al lavado de patatas, los investigadores observaron que al principio muy pocos individuos prestaron atención al descubrimiento de Imo, que era muy joven en aquel momento. Sin embargo, con el paso del tiempo y siguiendo líneas de parentesco, grupos de edad y amistad, la nueva costumbre se fue esparciendo al punto de que veinticinco años después, todos los individuos de la tropa lavaban sus patatas en el mar antes de comerlas.
La transmisión del lavado de patatas se propagó incluso a pesar de que Imo murió, y aunque los investigadores buscaron, no detectaron la misma actividad en otros grupos. Estas y otras circunstancias respaldaron la nominación de esta práctica como cultural o al menos precultural, porque de otra manera es más difícil explicar el hecho de que dos o más grupos de la misma especie se comporten de manera diferente y que estos cambios conductuales logren atravesar generaciones y trascender iniciadores (justo como en nosotros los humanos).
Ahora bien, aunque a muchos nos incomoda el tema estridente de la cultura animal, porque estamos acostumbrados a entender la cultura principalmente como arte y/o símbolo o porque resulta un rescoldo todavía vigente de nuestra anhelada y defendida unicidad humana, ciertamente si la cultura consiste en la transmisión de costumbres e información a través de medios sociales, como lo afirman el primatólogo holandés Frans De Waal y otros, entonces no cabe duda de que la cultura está muy extendida en la naturaleza. Tanto hay cultura en la naturaleza como hay naturaleza en la cultura.
Foto: Belén de Benito.
Referencias de apoyo:
DE WAAL, F. (2002). El simio y el aprendiz de sushi. Reflexiones de un primatólogo sobre la cultura. México: Paidós.