
Los eventos relacionados con la ya tradicional marcha femenina del 8 de marzo, como cada año, han desatado opiniones diversas y espinosas. La mayoría de ellas tienden a ser bastante apasionadas y a ubicarse en uno u otro extremo de la disyuntiva. Hay quienes se manifiestan de cualquier modo en contra, reciclando los argumentos de siempre, y hay quienes se inclinan por justificar todo en favor de la causa (a veces de manera entendible sin duda…).
Pero a estas alturas ni la negación absoluta ni la aceptación dogmática, y tampoco los nimios daños materiales, deberían dominar el debate, sino el análisis continuo, el reconocimiento del problema y la urgente puesta en práctica de estrategias diversas para hacerle frente al meollo del asunto: los feminicidios y la violencia de género.
Ciertamente, hacer esto no es fácil porque todos los humanos, incluidos los políticos y las feministas, tenemos un cerebro al que se le dificulta mediar y equilibrar; un cerebro más emocional que lógico, que entendemos muy poco y que una vez que ha tomado una postura con dificultad la echa por la borda. (En cuestión de opiniones todos somos de gatillo fácil y también de defensa férrea.) Pero, tampoco es imposible.
En principio debemos reconocer de una vez por todas que el problema no es una falacia, un engaño o un invento. En México y en todo el mundo la violencia contra las mujeres existe y se manifiesta de diversas formas. Aunque hay países que han dado pasos firmes en el tema, incluso en los más avanzados todavía se observan considerables brechas. Por esta razón uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU es precisamente alcanzar la igualdad entre los géneros. No se lo sacó de la manga la Organización de las Naciones Unidas.
Aunque de hecho, como se señala con frecuencia, los hombres estamos también expuestos a formas particulares de violencia, de las que sabemos muy poco y habrá que ir visualizando, eso no justifica de ninguna manera la violencia que gira en torno a las mujeres y que se encuentra muy bien documentada y respaldada por datos duros.
Sin duda el tema es complejo políticamente, pero sobre todo socialmente. Es complejo políticamente porque aunque sea terrible visualizarlo, no debemos ser ingenuos, no hay ni ha habido gobierno en el planeta con la capacidad para acabar con toda la violencia humana (ni siquiera aquellos que han sobre erosionado las libertades civiles han podido). En cierto grado, y lamentablemente, esta nos acompañará por todo el devenir de nuestra especie (con mayor razón si seguimos creciendo demográficamente y ensanchando los niveles de desigualdad).
El tema es complejo socialmente porque, aunque la considerable incapacidad política no exime a los gobiernos de toda responsabilidad, debido a que corresponde a estos, por definición, la elaboración de diagnósticos precisos con bases científicas, el diseño de políticas públicas y la conducción de acciones para prevenir y castigar estas conductas, debemos llegar a reconocer que la cultura juega un papel fundamental en la dinámica… y la cultura, solo cambia desde abajo. Para bien y para mal.
*Fotografía: Nelly Salas