
Desde hace algunos días he invertido algunos momentos de reflexión para equiparar y comparar las dinámicas de las redes sociales con las del mundo real, acaso porque estas últimas son parte de mi formación. Y bueno, el caso es que me he percatado de que, aunque a menudo se diga lo contrario, la verdad es que son muy similares. En las estructuras de ambos mundos se reflejan los mismos procesos: tanto hay estructuras de poder y jerarquías en la vida real como en Facebook, y tanto hay tendencias a la reciprocidad en la familia y en la sociedad como en Instagram y Twitter.
En cierto modo, las redes sociales funcionan como el programa virtual de Saint Junipero, en la famosa serie Black Mirror. Se desarrollan, a pesar de las pretensiones, como llanas extensiones de la vida física y material. Es verdad que las dos esferas tienen sus diferencias, porque evidentemente no andamos por la calle con un letrero que comunique nuestro puntaje, popularidad y jerarquía social o que señale cuántos amigos tenemos (como en otro episodio de Black Mirror: Nosedive), pero tales divergencias son superficiales. En lo general, lo que aplica a la vida real, aplica también en la esfera virtual porque tanto en una como en la otra los actores son los mismos: humanos.
Como saben, nuestra conducta no es del todo extraordinaria; tiene su fundamento en el comportamiento animal, sobre todo mamífero y primate. La gran mayoría de las cosas que hacemos en nuestras sociedades las hacen también otros animales, y casi todas ellas encuentran sentido en las necesidades básicas que compartimos con ellos.
Aunque estamos acostumbrados a vernos a nosotros mismos como el pináculo de la creación, lo cierto es que no somos tan especiales. Tan solo considere, como ejemplos, que los chimpancés hacen herramientas, las gallinas son jerárquicas, las ratas son empáticas, los topillos de la pradera son monógamos, las hormigas cooperan con cientos de individuos y las abejas se comunican eficazmente entre ellas. Considere también que incluso las bacterias y los tardígrados se alimentan y reproducen.
Las jerarquías, el rango, la reciprocidad, la cooperación y las luchas de poder, propias de muchos animales, no son otra cosa sino estrategias que la selección natural ha favorecido y mantenido por su capacidad para organizar efectivamente a los grupos en torno al acceso a la reproducción y alimentación; con efecto en la mejora de las oportunidades de supervivencia colectiva. Dichas dinámicas, queramos o no, se encuentran en nuestras disposiciones porque son parte de nuestra historia evolutiva.
Aunque nuestra plasticidad cultural, nuestra adaptabilidad biológica y nuestra capacidad inmensa para cooperar con extraños, han permitido solapar hasta cierto punto las fuerzas de supervivencia y reproducción, y las dinámicas de poder, rango y jerarquía, la realidad es que sería ingenuo argumentar que estas ya no nos condicionan en absoluto. No nos pueden abandonar sencillamente porque son premisas fundamentales de nuestro tipo de vida y condición.
Es cierto que ahora, al amparo del poder que tienen las culturas para modelar nuestro comportamiento, podemos decidir conscientemente, por ejemplo, no tener hijos (como lo hacen los sacerdotes católicos, los monjes budistas y muchas personas más). Pero no hemos llegado al punto en que podamos reprimir por completo nuestro impulso y medio primario de reproducción: el sexo, cuyas fuerzas encuentran expresión y salida de innumerables maneras; incluso simbólicas e involuntarias.
Entonces, como en la vida real, en las comunidades virtuales se pueden observar relaciones jerárquicas, machos y hembras alfas, negociaciones de rango, comunidades cooperativas y ansiosas luchas de poder. Si estamos atentos, en las redes sociales podemos observar al poder puro en acción, como neta influencia, y a la reciprocidad, como un proceso social de intercambio de acciones, tanto positivas como negativas.
Si así lo deseara, estimado lector, usted mismo podría dilucidar sus dinámicas virtuales o las de alguien más, porque los indicadores en estas esferas son más evidentes que en la realidad. Por ejemplo, desde esta óptica, si quisiéramos darnos una idea de qué tanto poder (influencia) ostenta alguien en alguna red social o comunidad virtual, bastaría con distinguir sus interacciones derivadas de la reciprocidad, de aquellas derivadas de la influencia.
Aunque la reciprocidad conlleva también relaciones de poder, en este rubro tiene sus límites. En primates como nosotros, chimpancés y bonóbos, las relaciones que se fundan en la reciprocidad no pueden sobrepasar más o menos los ciento cincuenta individuos, básicamente porque somos incapaces biológicamente de conocer en forma íntima a una mayor cantidad de sujetos. Pasado ese límite, prácticamente todo lo recibido en forma de interacción virtual, likes y followers por ejemplo, se derivará exclusivamente de una relación unidireccional de poder, de influencia, que ciertamente puede deberse a múltiples factores: admiración, capacitación, entretenimiento, interés o cualquier otro relacionado con la utilidad y relevancia de la imagen, el servicio o el contenido que se proporcione.
Ahora bien, es cierto que no todo mundo está interesado en fomentar relaciones de poder o influencia en las redes sociales. De hecho, hay muchas personas que limitan sus interacciones de manera voluntaria y consciente a su esfera de reciprocidad, pero también es verdad que cada día son más y más los individuos que abren sus redes al mundo entero. Si ese es su caso particular, entonces déjeme preguntarle: ¿cuántos likes recibe usted por reciprocidad y cuántos por poder?