Religión, ¿un engaño caduco y medieval?

En esta ocasión tenía planeado compartir con ustedes un tema completamente diferente. Sin embargo, a última hora me percaté de que justo hoy se celebra a San Judas Tadeo y me pareció una ocasión apropiada para abordar algunas particularidades de la religión y de las opiniones encontradas que esta suele provocar.

Sin lugar a dudas, hablar de religión es un tema complicado y espinoso, porque las opiniones normalmente se construyen a partir de visiones un tanto parciales y emocionales, que tienden a polarizarse. Por una parte, se ubican aquellos que viven la devoción y encuentran en la religión (y en el peregrinaje con frecuencia) una forma legítima y útil de fortalecer sus sentimientos de gratitud y esperanza, y por la otra se encuentran aquellos que degradan esta actividad, como si se tratara de algún tipo de engaño caduco y medieval, un residuo de una práctica ancestral sin sentido o utilidad.

Por lo general, cuando coinciden, los primeros no pueden transmitir a los segundos de una manera clara y alejada del misticismo el sentido funcional o utilitario de sus creencias. Muchas veces no lo saben. Esto no es particularmente extraño, ya que es típico de las sociedades que los individuos hagamos cosas sin saber muy bien por qué. Hacemos algunas cosas simplemente porque así lo hacen (o hacían) nuestros padres y nuestros abuelos. Pero esto no implica necesariamente que esas acciones no tengan sentido y/o función; con frecuencia los tienen.

Del mismo modo en que la selección natural selecciona caracteres biológicos en función de su utilidad para la supervivencia y reproducción, parece que algún tipo de «selección cultural» va seleccionando aquello que es útil y contribuye a la adaptación de los individuos al medio social. Nada es por completo arbitrario en las sociedades, ni siquiera las prácticas que así parecen a simple vista, como las peregrinaciones. En términos simples, si suceden es porque todavía desempeñan un papel importante en la vida de las personas.

Es ciertamente indiscutible que a casi todas las religiones se les pueden increpar horrores de muchos tipos, desde asesinatos hasta guerras y genocidios; y desde abusos al individuo hasta abusos sociales. Pero, si queremos ser objetivos, debemos reconocer a la vez que estas han sido también fuerzas fundamentales para el desarrollo y crecimiento de la humanidad.

¿Cómo? En la medida en que las religiones fueron permitiendo, a lo largo de la historia, que cientos y luego miles y luego millones y millones de personas, compartieran ciertas creencias base, fueron contribuyendo a aumentar los niveles de cooperación humana. Y, de la cooperación humana han surgido prácticamente todos los avances de la humanidad.

Resulta lógico pues (y necesario) considerar que, al menos en parte, las religiones han contribuido a todo aquello que ha surgido de nuestros ingentes niveles de cooperación: desde la ciencia y la tecnología contemporánea, hasta los derechos humanos.

Independientemente de las formas, y punto y aparte de los dilemas éticos implicados, las religiones han sido una de las fuerzas unificadoras de la humanidad y, al menos en parte, por ello han sido «seleccionadas culturalmente» y siguen vigentes en muchos lugares.

Las religiones han sobrevivido a los tremendos cambios históricos también porque (independientemente de si sus ideas son consideradas como reales o falsas), resultan bastante útiles para lidiar con las vicisitudes de la vida, particularmente con la ansiedad y el estrés. Las religiones, al brindar a las personas una explicación de las cosas, una convicción de que hay un propósito y una sensación de que hay un creador que está interesado en nosotros, reducen de manera notable las incertidumbres propias de la existencia, como lo sugieren muchos estudios.

Ahora bien, con mucha frecuencia los no creyentes tienden a tildar a los religiosos de ingenuos e infantiles, pero bien harían en considerar las contribuciones de las religiones al desarrollo de la humanidad y las ventajas psicológicas del pensamiento religioso. Por otra parte, con igual frecuencia los creyentes suelen tildar a los no creyentes de incrédulos y pretenciosos, pero bien harían en considerar también que hay muchas formas de lidiar con las vicisitudes de la vida, no solo la propia, y no tratar de imponerla.

Si algo me funciona a mí, no tiene por qué necesariamente funcionarle al vecino. Ya sea usted de los primeros o de los segundos, en ambos casos, la clave es el respeto.

Raúl Eduardo Rodríguez Márquez

Antropólogo y Maestro en Humanidades.

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Bibliografía

HARARI, Y.  (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Barcelona, España: Penguin Random House.

HARRIS, M. (2011). Nuestra especie. Madrid: Alianza editorial.