
Honestamente, acostumbro solo reseñar obras que me vuelan el cerebro. Aquellas que para mi juicio se quedan en la medianía o más abajo suelo ignorarlas. No obstante, he caído en la cuenta de que a veces también es necesario opinar sobre aquello que no encaja… o, al menos, no nos encaja en lo personal.
Inquebrantables de Daniel Habif, sinceramente y para mi gusto, es una de esas obras de media tabla para abajo.
Debo decir que aunque no me llamaba la atención decidí leerla debido a que a menudo pierdo referencia sobre lo que se escribe popularmente y creo que resulta necesario, de vez en cuando, evaluar con lupa ese tipo de contenido porque suele influir en muchísima gente…
¿Todo es negativo en Inquebrantables? No. Asegurarlo así evidenciaría debilidad lectora y analítica porque, aceptémoslo, nada es completamente malo ni completamente genial. Estoy convencido de que en todas partes podemos encontrar algo de valor si ponemos la atención suficiente. Sin embargo, también creo que hay veces que esto es más difícil…
Los que nos hemos topado con los videos del autor sabemos que están llenos de emoción, de ritmo, y que son estremecedores y motivantes. Es innegable que Daniel tiene un gran talento para la comunicación, aunque, desde mi óptica, su filosofía adolece de profundidad y contacto con la realidad. Claro, esto puede no ser importante para muchos, y está bien, pero para los que andamos buscando justamente eso, sí lo es.
De Inquebrantables me gustó que incentiva la disciplina, la acción y la constancia; que defiende el ejemplo como parte fundamental de ayudar a otros y que acepta que todo tiene un precio, el mismo que invita a pagar con trabajo, sacrificio y actitud «inquebrantable».
Por otro lado, me parecieron chocantes los acentos excesivos que pone en Dios y en la existencia natural de una esencia, un propósito inherente, que los humanos debemos sencillamente buscar en nuestro interior (no construir o decidir). Ambos elementos los utiliza de una forma muy superficial.
Algo que me parece importante señalar es que el autor promueve sentimientos de culpa y humillación (sin darse cuenta), sobre todo en los desfavorecidos, al señalar que cada uno de nosotros somos la única causa de nuestras realidades. ¿Lo somos? ¿Será que todos decidimos la clase social, la familia, los genes, el país, el sexo o el género que tenemos? ¿Será que el niño que ha nacido en una familia que tiene que pedir dinero en los semáforos para sobrevivir eligió esa vida?
Por supuesto, entiendo que es mejor tener una actitud positiva ante la vida que una negativa. Eso lo concedo sin problema. Sin embargo, creo que no por eso debemos olvidar que una buena actitud es solo una condición necesaria pero, muy a menudo, insuficiente para alcanzar el éxito.
Señalar esta disonancia es relevante porque si no vemos a la realidad directamente a los ojos, en este tema y en otros, con mayor dificultad podremos cambiarla. No se puede extirpar un cáncer sin verlo. No se puede cambiar un mal hábito si no estamos conscientes de su existencia. No se puede cambiar la realidad si pensamos que, en nuestra sociedad, solamente es necesario trabajo y voluntad para «pegarle al gordo»; para alcanzar nuestras metas y sueños.
En términos generales, como una herramienta de motivación la obra puede cumplir, tiene momentos y frases que ciertamente pueden ser motivadoras, pero como una fuente de realidad, de conocimiento sobre cómo funciona la sociedad, y de verdadera filosofía y cosmovisión, no cumple.
Cumplir con esto seguramente no fue la intención del autor. Sin embargo, es importante que los que decidan leerla estén conscientes claramente de esto para que no se confundan y no sobre dimensionen su valor.
Para bien y para mal.