
Los humanos estamos enfrentando circunstancias inéditas en varios frentes. La globalización y las eficaces, y cada vez más accesibles, redes de comunicación mundial, permitieron que un virus surgido en una pequeña población de China, a finales del año pasado, se extendiera por todo el orbe en muy poco tiempo.
Como se esperaba, el coronavirus (SARS-CoV-2) no solo ha acabado con la vida de miles de personas y trastocado sistemas de salud enteros alrededor del mundo, ha sacudido también las relaciones sociales, desde las familiares hasta las culturales y desde las lúdicas hasta las laborales. Podemos estar seguros de que estas no regresarán a su estado anterior, incluso una vez que la enfermedad sea controlada o erradicada, pero no podemos estar tan seguros acerca de cómo será la nueva normalidad, particularmente en nuestro país, y de las transformaciones que acarreará.
Aunque esta pandemia cuenta con un componente único y sin referencia en el pasado: su alcance realmente global, la verdad es que eventos como este, que sacuden a las grupos sociales desde los cimientos, no son raros en la historia. Diversas epidemias han trastocado profundamente los equilibrios económicos y políticos de las sociedades humanas, por lo menos desde los tiempos de griegos y romanos. A causa de ello, se les ha considerado como un ejemplo clásico de coyuntura crítica.
Una coyuntura crítica, de acuerdo a los economistas Acemoglu y Robinson, es un gran acontecimiento o una confluencia de factores que provocan o facilitan cambios de una manera vertiginosa en las sociedades, principalmente políticos y económicos, pero también culturales. Ciertamente, el cambio es una constante en la historia, pero estos eventos lo elevan cada tanto a su máxima potencia.
Es importante señalar que las coyunturas críticas, como la que estamos viviendo ahora mismo, no siempre provocan o facilitan mejoras o avances sociales. Son en realidad armas de doble filo porque también tienen la facultad de inducir giros negativos en las sociedades, principalmente en función de las libertades y desigualdades. Aunque con frecuencia puede parecernos que las cosas no pueden ir a peor, la historia nos ha mostrado que siempre se puede. Como señalaba el filósofo español José Ortega y Gasset: “Todo, todo es posible en la historia. Lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión”.
La famosa peste negra es un caso casi arquetípico de este tipo de coyunturas, para bien y para mal. Durante la década de 1330 en algún lugar de Asia, la bacteria Yersinia pestis, que habitaba en las pulgas pero era transportada por las ratas, comenzó a infectar humanos. En pocos años se extendió por Asia, Europa y el norte de África matando a su paso entre 75 y 200 millones de personas, es decir, alrededor de la cuarta parte de la población de Eurasia de aquel momento. Esta circunstancia provocó una enorme escasez de mano de obra que sacudió por completo los cimientos del orden feudal y animó a los campesinos, en muchos lugares, a exigir que cambiaran las cosas.
Como seguramente sucederá con el coronavirus, a última cuenta, la peste negra no afectó de la misma forma ni en la misma magnitud a todas las ciudades involucradas (ni a todos los sectores), debido a las pequeñas diferencias culturales y económicas que existían entre estas, y también a las políticas. En Inglaterra, aunque hubo serias resistencias por parte del Estado, los sueldos de los campesinos al final de la plaga aumentaron y la población logró conseguir mayores libertades. Por el contrario, en Europa oriental, aunque hubieron también demandas sociales, la peste creo un escenario determinante para que los terratenientes se adueñaran de mayores extensiones de tierra y ejercieran un mayor control sobre los campesinos, erosionando aún más las pequeñas libertades que tenían y generando más pobreza y desigualdad.
Ahora bien, aunque es imposible predecir el futuro, ante este panorama sí que resulta válido preguntarse (no sin pesar por las lamentables pérdidas humanas que la pandemia ha traído y todavía traerá consigo): ¿qué tipo de coyuntura crítica será ultimadamente el coronavirus en México? ¿Será una que contribuya a mejorar un tanto los sistemas de salud y bienestar, reducir las desigualdades estructurales y empoderar más a la población?, o ¿será una que favorezca todavía mayores índices de desigualdad, menores contrapesos en el gobierno, mayor autoritarismo y menores libertades de las personas? No lo sabemos, y lo que vaya sucediendo en otros países no nos asegura el mismo destino. Lo que sí sabemos es que en esta dinámica será muy importante el nivel de involucramiento social y la claridad con que las personas vayan percibiendo lo que está sucediendo allá afuera, por debajo de la demagogia inherente a toda corriente política.
De cierto, tal claridad no puede surgir de visiones exageradamente parciales y unilaterales, sean de izquierda o de derecha. Será necesario que de vez en cuando nos desafiemos a nosotros mismos y le hagamos algún contrapeso a nuestras disposiciones e intereses personales, leyendo y considerando aquello que nos incomoda y que con frecuencia rechazamos de manera automática porque no respalda nuestros juicios o alimenta nuestros prejuicios.
Sin duda tenemos en el horizonte mucho que perder, pero también mucho que ganar. Debemos estar atentos.
Bibliografía:
ACEMOGLU, D. y Robinson, J. (2013) (orig. 2012). Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Ciudad de México: Crítica.
ORTEGA Y GASSET, J. (s/f). Meditaciones del Quijote. ¿Qué es filosofía? La Rebelión de las masas. Madrid: Gredos.